Cuando nos conocimos sentí una
atracción animal, nunca me había pasado nada parecido. Cada vez que lo tenía
cerca comenzaba a sentir como mi pelvis se retorcía de dolor. Quería ser
penetrada, quería que me arrancara la ropa sin decirme nada. Me quedaba
petrificada cuando estábamos juntos con la esperanza de que no se diera cuenta
de lo que me provocaba. Esperaba que me arrastrara sin mediar palabra hacia la
pared más cercana y metiera la mano debajo de la pollera y me gritara
barbaridades.
Soporté dos salidas formales.Una tarde de cine, vimos una comedia que ayudó a mantenernos distantes igual que el balde enorme de pochoclos. No recuerdo la película ni los actores ni el cine ni nada. Solo recuerdo la taquicardia y la transpiración. La segunda un almuerzo de domingo en un restaurante con terracita. No sé qué comí pero me calló muy mal, el estómago se me prendió fuego e hizo que me fuera antes del postre. Es el hombre más bello que jamás haya conocido. Tierno, simpático, alegre, elegante y cariñoso, pero lo único que me importaba era que me sacara la ropa y me penetrara con crueldad. Un hombre de ojos azules intensos, no celestes, azules. Una sonrisa repleta de dientes y unas manos suaves, como de músico diría mi madre. Joaquín, abogado, soltero y muy sexy.
La tercera salida un sábado a la
noche, yo no estaba convencida de que a él se le prendiera fuego el alma como a
mí, pero lo sospechaba. Mi tiempo y mi percepción estaban muy ocupados en
ocultar mis emociones, por eso dudaba. Estaba convencida que significaba que
podíamos dejarnos llevar y donde nos íbamos a dejar llevar era a la cama que
era el único lugar donde yo quería ir con él. Desde el viernes todo fue una
agonía. Tener la ropa puesta, los zapatos, comer, dormir, pensar, trabajar
todo, todo, era una tarea imposible de ser llevada a cabo. Transpirar y
alucinar fueron las únicas cosas que pude hacer a granel.
Yo estaba segura que Joaquín
también estaba pensando en la posibilidad de terminar la noche enredados en algún
lugar de la ciudad. Fantaseaba con las esquinas de Almagro o Caballito pero
pensaba que él, como era todo un caballero iba a preferir un sitio más privado.
A mí me daba lo mismo, con tal que de una vez metiera su mano debajo de mi
pollera cualquier lugar era el indicado. ¿Pollera o vestido? ¡Como si no
tuviera problemas me agregaba otro! Pantalón descartado, muy complicado para
que te arrinconen y te quiten los fantasmas de un manotazo. Definitivamente
vestido escotado y liviano. Un vestido que dejara a la vista mis pezones y que
cayera con gracia sobre mi abundante cadera. No me importaba nada el rollo
debajo del busto, ni la panza chata todo había desaparecido cuando él me rozó
por primera vez. Los miedos y las dudas desaparecieron, me sentía poderosa y
hermosa.
Arreglé la casa, limpié en
detalle, cambié las sábanas y perfumé hasta el último rincón, todo debía estar
perfecto. En la cocina hasta limpié el cajón de los cubiertos y los lustré con
alcohol, los cuchillos quedaron brillantes. Estaba lista para la mejor de las
noches.